1

Ya verás Isabel, me dijeron, el día de tu boda será el día más feliz de tu vida…, no me acuerdo de quién me lo dijo, pero si le tuviera ahora mismo delante, se iba a enterar.

La boda, si se le puede llamar así a todo lo que pasó ese día, tuvo lugar hace un mes, concretamente, el domingo 10 de noviembre. En la iglesia todo salió a la perfección, yo iba guapísima, de blanco con mi precioso ramo e hice el pasillo junto a mi padre, que también estaba muy guapo, la iglesia llena de flores estaba preciosa y la música en directo que elegimos encajó maravillosamente durante toda la celebración del sacramento del matrimonio, como dice mi madre. Nos dimos el sí quiero delante de más de trescientos invitados y toda la iglesia aplaudió, me sentí la mujer más feliz del mundo junto a Luis, mi recién estrenado marido, ahora ya solo quedaba el trámite del banquete y nos pirábamos de viaje de novios a la Seychelles, pero a partir de ahí se torció un poco la cosa…

El banquete lo celebrábamos en una finca de esas que hay en las afueras de Madrid en medio del campo (con un camino de tierra que levantaba un polvo que dejaba los coches de los invitados, recién lavados, hechos un asco), el sitio estaba un poco en medio de la nada, pero era precioso: un cortijo rodeado de césped y alcornoques dónde se daba primero el coctel y la cena era luego en los comedores del interior, preciosamente decorados con velas y luces tenues de todos los colores. También habíamos contratado para después cuatro horas de barra libre con una banda de rock en directo para bailar, nos iba a costar todo un pastizal, pero lo recuperaríamos de sobra y con beneficios con todos los regalos que íbamos a recibir, habíamos habilitado una cuenta corriente y habíamos pedido a todos los invitados que el regalo fuera una transferencia bancaria, queríamos dinero. nada de regalos inútiles… ya sabéis: jarrones, cubiertos de plata y demás chuminadas que te regalan en cuanto te descuidas un poco y que no sirven para nada.

Bueno, pues ya estábamos en el coctel y los invitados, para los que también habíamos contratado autobuses para que no tuvieran que conducir y pudieran beber lo que quisieran, iban llegando y allí estábamos mi maridito y yo, aguantando todas las felicitaciones, parabienes y besos de trescientas almas, (que por cierto yo no conocía a la mitad, estuve dudando si se habían confundido de boda, aunque no creo que hubieran ido equivocados a un sitio tan escondido).

Necesitaba una copa, estaba seca con tanto beso, tanta baba y tanto halago, le hice una seña a mi hermano, Carlos, mi único hermano, dos años menor que yo, que reía con un amigo a unos metros de distancia. Se acercó.

—¿Me puedes traer una copa?

—¿Pensaba que a la novia la tenían bien surtida?

—Muy gracioso, pues ya ves que no, estoy seca.

—De acuerdo —dijo, estaba guapísimo con ese frac que se había puesto con un chaleco verde. Era alto y muy atractivo mi hermanito

—¿Al final no has venido con ninguna chica? Mamá tenía esperanzas que vinieras hoy con una novia…

—Pues va a ser que no… —dijo.

—¿Y ese guaperas quién es? —dije señalando a su amigo—, no lo conozco…

—Un amigo…, del trabajo.

—Ya, ese es de los que te levanta las novias.

—No creo…, por cierto, luego te tengo que contar una cosa —me dijo muy misterioso.

—Vale, pero antes tráeme una copa, doble…

—La novia manda —dijo y se fue a por ello, su amigo le acompañó…

Soy muy pánfila, así que no me olí nada.

La noche continuó, más besos y más sobos y más fotos y más…, pensaba que trescientas personas se acababan antes, pero aquello era interminable; en las bodas se debería suprimir la frase «¡Estás guapísima y el vestido precioso!», cansa mucho, de verdad, tanta impostura. Miré el reloj, llevábamos una hora y media allí de pie, los tacones de 15 centímetros me estaban empezando a pasar factura, no querías tacones, pues toma tacones. De pronto llegó mi padre corriendo con cara de susto hasta donde estábamos.

—¿Ya has bebido de más? —le pregunté en cuanto se plantó delante de mí, empinaba el codo más de lo necesario, venía jadeando.

—¡Tu madre se acaba de desmayar! —gritó asustado.

—¿Qué ha pasado? —pregunté buscando a mi madre entre los invitados.

—Ni idea, estaba con Carlos y un amigo suyo y de repente se ha caído redonda.

—Llévame allí ahora mismo —le dije— aquello era muy grande y demasiado tumultuoso.

Mi padre me cogió de la mano y me llevo atravesando entre los invitados al otro extremo del jardín dónde se había formado un corrillo.

—¡Despejen, por favor! —me puse a gritar—, ¡tiene que respirar!

La gente (que es una cotilla, no sé si os lo he dicho, pero odio a los cotillas) se apartó muy a su pesar, ahí estaba mi madre tirada todo lo larga que era en el suelo, mi tía Pilar la estaba abanicando con una servilleta. Me puse de rodillas ensuciando mi precioso vestido blanco.

—¿Qué ha pasado? —pregunté.

—No lo sé —dijo mi tía, su hermana—, estaba hablando con Carlos y otra persona y se ha caído redonda.

—¿Y Carlos?

—Ha ido a por un vaso de agua.

En eso llegó mi hermano con el agua, su amigo, inseparable, venía a su lado. Me quedé mirándole mientras incorporaba a mi madre y la sentaba en el suelo dándole cachetitos para que se despertara…

—¡Mamá! ¡mamá! ¡despierta! —decía, pero ella seguía grogui.

Pasados unos minutos empezó a recuperarse y pudimos ponerla de pie, solo decía ¡Ayyy! ¡Ayyy! ¡Virgen bendita! ¡Ayyy!. Le pedí a mi tía y a mi padre que la acompañaran a sentarse a ver si se recuperaba; me quedé con mi hermano.

—¿Qué ha pasado? —le pregunté.

—Pues…, es que —decía balbuceando— le he…

—¡¡Le qué!! —grité muy cabreada.

—Le he presentado a mi novio, Tobías —dijo mirando a su amigo que me sonreía cómo un pánfilo.

—¿¡¡A tú novio!!? —grité. Sentí como los trescientos invitados volvían la cabeza. No sé con qué cara los miraría, pero la mayoría se dieron la vuelta avergonzados, Cotillas.

—Sí —dijo Carlos sin más.

—¿Eres gay? —le pregunté, estaba muy cabreada y no precisamente porque fuera gay.

—Sí —. Otro monosílabo.

—¿Desde cuándo?

—Desde pequeño —me dijo, estaba tan tranquilo.

—¿Y me lo dices ahora?

—Bueno, es que antes era gay sin novio, y no sabía sí…, pero ahora que tengo a Tobías, pues…

—¿No tenías otro momento para contárselo a mamá que el día de mi boda?

—Bueno, es que me ha preguntado si tenía novia ya, y le he dicho que sí, y se ha puesto tan contenta, y después le he dicho que no era novia, que era novio y le he presentado a Tobías y…

—Se ha caído redonda…

—Eso.

—Eres un gilipollas…

Según lo dije me fui, ya estaba la gente entrando en el salón para cenar. Pasé delante de un camarero con una bandeja con bebidas y le pedí que se parara, me bebí todo lo que le quedaba con alcohol: dos cervezas, un vino blanco y dos tintos, le dejé solo un zumo de naranja encima de la bandeja, aunque antes le pregunté si llevaba vodka.

Me dirigí a buscar a mi marido que por cierto no sabía dónde estaba, me había dejado sola con el tema de mi madre, empezábamos bien el matrimonio.  

Y aquello no había hecho más que empezar…

2

El maître se acercó y me dijo que ya estaban todos los invitados sentados en el salón y que me estaba esperando mi marido para entrar juntos, le seguí a un lateral y ahí estaba Luis esperándome.

—¿Dónde estabas? —le dije enfadada.

—No, ¿dónde estabas tú?

—¿Cómo que dónde estaba? He ido a ver que le había pasado a mi madre.

—¿Qué le ha pasado a tu madre? —preguntó él, me estaba empezando a cabrear.

—¡Pero si estabas a mi lado cuando ha venido mi padre corriendo!

—No me he enterado —dijo él.

Me quedé mirándole a punto de soltarle un sopapo (por llamarlo de una manera suave) cuando se nos acercó nuevamente el maître.

—Señores, tienen que entrar, los invitados esperan y tenemos que empezar a servir la cena.

—Vamos —dijo Luis cogiéndome de la mano y entrando en el salón.

Según entramos se apagaron todas las luces y empezó a sonar la música de la guerra de las galaxias, un foco nos iluminaba mientras atravesamos todo el salón hasta la mesa nupcial, todos los invitados se pusieron de pie y empezaron a aplaudir. ¡Vaya horterada, por dios!

—Se supone que debemos ir bailando —me dijo Luis haciendo como pasos de baile de ballet, llevaba una sonrisa falsa de oreja a oreja.

—¿Bailando? ¿La música de la guerra de las galaxias? ¿Y eso cómo se baila? —le dije.

—Échale ganas, mujer —me dijo, seguía sonriendo y moviéndose con poquísima gracia.

Me puse a andar como C-3PO haciendo pasos de break dance y vi que la gente se partía de risa conmigo, a hacer el gilipollas no me gana nadie. Por fin llegamos a la mesa nupcial, que presidia el salón y que estaba un poco levantada sobre un poyete, les dije que no quería la mesa levantada y nada, ni caso, en fin, ya daba igual. En la mesa estaban sentados ya mis padres y mis recién adquiridos suegros y en el centro quedaban dos sitios para nosotros. Luis había decidido que nos sentaremos al revés, es decir, yo al lado de sus padres y él al lado de los míos, me fijé en mi madre, tenía la vista fija en el fondo del salón, todavía no se le había pasado el soponcio. Cuando pasé por detrás de ellos, me agaché entre medias de los dos y les pregunté qué tal, mi madre me miró y solo dijo «dios es grande y misericordioso», miré a mi padre y su respuesta fue meterse de un trago la copa de vino que nos acababan de servir, después me miró y dijo «está me quiere joder la boda, pero no lo va a conseguir». Vaya panorama, pensé. Finalmente me senté, tenía a mi lado a mi querida suegra y no me libré de otros cuatro besos por parte de los suegros y el consiguiente «¡Estás guapísima y el vestido precioso!».

Se acercó el maître:

—Empezamos —preguntó mirándome.

—Sí, por favor.

—De acuerdo.

—Una pregunta —le dije—. ¿Hay más música?

—Sí, me dijo.

—No quiero música hortera, se lo advierto —le dije muy seria.

—No se preocupe —me dijo mirando a Luis—, no es hortera para nada.

—De acuerdo —le dije, aunque no me fiaba ni un pelo de él. Miré a Luis—. No recuerdo que les pidiéramos música durante el banquete.

—La pedí yo sin que te enteraras, era una sorpresa, te va a encantar —me dijo sonriendo.

—No quiero ni pensar lo que has elegido, espero que no haya una canción por plato —. Él simplemente sonrió.

De repente se apagaron las luces y entraron los camareros con los platos portando también unas bengalas encendidas. Empezó a sonar el “Escándalo” de Raphael, no me lo podía creer, casi me da algo.

—Chulo, verdad —me dijo Luis, me estaba poniendo nerviosa, no paraba de aplaudir y sonreír.

—Muy chulo —dije—, ¡chulísimo!, dios mío, ¡con quién me había casado!

Empezaron a servir, afortunadamente el menú lo había elegido yo y era el más caro de la carta, así que ahí por lo menos estaba tranquila. Llegó el primer plato, una ensaladilla de centollo con caviar de salmón y Tobiko (para los que no lo sepáis, el Tobiko son las huevas de un pez volador japones, de esas de color rojo parecidas al caviar). Probé el plato, estaba delicioso. Mi padre asomó su cabezota por la mesa y me dijo:

—¿Esto cómo se come?

—Calla y come —le dije—, y que mamá coma también. Había una confabulación para joderme la boda.

—Está buenísimo querida —me dijo mi suegra.

—Gracias – le dije, por lo menos alguien lo apreciaba.

Intenté relajarme un poco y saborear el plato, la música afortunadamente había parado. En eso estaba cuando no pude evitar prestar atención a la conversación que tenían mis suegros, aquello no tenía muy buena pinta.

—¿Se puede saber que te pasa? —le preguntó ella.

—¿A mí? —dijo él—. A mí no me pasa nada.

—Pues quién lo diría, estamos en la boda de tu hijo, tu único hijo, y estás mohíno y amargado

Él no contestó de momento y siguió dándole a la ensaladilla. Levantó la cabeza y me miró sonriendo, me caía bien, yo le devolví la sonrisa. Dile algo, pensé, como si me estuviera escuchando se lanzó en plancha.

—¿Sabes lo que pasa? —dijo.

—¿Qué pasa? —dijo ella

—Que no te aguanto más —dijo él tranquilamente—, eres insoportable, egoísta, mentirosa, pedante, egocéntrica, maleducada, mandona, intransigente, negativa, amargada, caprichosa e hipócrita.

Joder, pensé, ha dejado el diccionario sin adjetivos.

—¡¡Cómo te atreves!! —dijo ella, subiendo el tono de voz. Se dio cuenta que todo el mundo la miraba.

—¡Quiero el divorcio! —soltó él de sopetón.

—¡¡Qué!! —grito ella.

Según lo dijo se levantó de un salto de la mesa y se tiró con ambas manos al cuello de mi suegro insultándole, los dos cayeron al suelo.

—¡Eres un cabrón! ¡eres un cabrón! —gritaba mientras intentaba ahogarle— ¿Quién es ella? ¿quién es ella?

—¡No hay ella! —decía él intentando zafarse de sus manos.

En el forcejeo nuestra mesa salió volando, cayéndose del poyete hacía los invitados, todo lo que estaba encima de ella, flores, platos, copas, comida y demás, salió volando por los aires. Los de las mesas más cercanas, que eran todos familia, se levantaron de un salto alucinados alejándose del lio. Luis se levantó para intentar separar a sus padres. Miré a los míos, mi padre se había levantado y estaba partido de risa mirando el espectáculo, había conseguido salvar su copa de vino y bebía mientras reía divertido, mi madre ni se inmutó y seguía mirando al fondo del salón como un zombi.

Por fin, Luis consiguió separar a sus padres, el traje de mi suegra se había roto en la pelea, se le veía toda la ropa interior, bueno no toda, no llevaba sujetador, todo un espectáculo sus dos tetas postizas al aire. Cuando se vio como estaba, se tapó con ambas manos y abandonó el salón corriendo, su hijo salió detrás de ella, pero su padre se quedó tan tranquilo intentando arreglarse el chaqué.

—Algún día tenía que pasar —me dijo.

—¿Y tenía que ser precisamente hoy? —le pregunté. Ya no estaba ni cabreada.

—Pensé que delante de todo el mundo no me iba a montar el numerito.

—Pues pensaste mal —le dije.

Miré a mi alrededor aquello parecía un campo de batalla. Se me acercó el maître.

—No se preocupe que esto lo arreglamos en un periquete —me dijo sonriendo, no se atrevía a mirarme a la cara.

—Gracias —le dije simplemente.

Mi mejor amiga, Laura, se acercó a verme.

—Hacía tiempo que no estaba en una boda tan animada —me dijo.

—Sí, yo tampoco, generalmente son aburridas, pero está podría pasar a la historia.

—Sí —me dijo—, lo he grabado todo con el móvil, nos vamos a hinchar a visualizaciones en YouTube

—¿Y lo de mi madre?

—También.

—Bien hecho —le dije. No se le escapaba una.

Ella sonrió y se volvió a su mesa.

Aquello iba mejorando, y estábamos todavía en el primer plato…

3

Mientras arreglaban la mesa volvió Luis, volvía solo.

—¿Y tu madre? —le pregunté.

—Se ha ido, se la ha llevado su hermano, mi tío Nicolas.

—¿No sabía que estuvieran las cosas tan mal?

—Mi padre la lleva aguantando estoicamente cuarenta años.

—Y estaba esperando a que tu aguantaras a otra para cortar ¿no?

—Pues no lo sé, la verdad es que podría haber elegido otro momento, voy a ir a hablar con él a ver como está.

—Divinamente, ya te lo digo yo —le dije.

Finalmente terminaron con la mesa, la dejaron perfecta como si no hubiera pasado nada, se me acercó el maître.

—Ya está —dijo—, vamos a continuar sirviendo si le parece bien.

—Sí, perfecto —le dije—. Y muchas gracias, siento lo ocurrido, le pagaremos los desperfectos.

—No se preocupe —me dijo— Ya haremos cuentas, ahora disfrute usted de su boda.

«Disfrute de su boda», que gracia, no se podía imaginar lo que estaba disfrutando.

Nos sentamos nuevamente, se había quedado una silla vacía y mi suegro se sentó a mi lado, se le veía contento.

—¿Todo bien? —le pregunté

—Divinamente —me contestó. Lo sabía.

Llegó, el segundo, un plato de carne: solomillo de cebón al Pedro Ximénez y setas a la lima. Nuevamente el numerito de las luces apagadas, las bengalas y la música, esta vez la canción era “el Bimbo” de Georgie Dann, cerré los ojos y esperé estoicamente que pasaran los tres minutos que duraba, después hinqué mi tenedor en el solomillo, pidiendo al cielo que tuviéramos un rato de tranquilidad.

Sorprendentemente todo transcurrió apaciblemente y llegó el tercer plato que era de pescado, una merluza con escabeche de setas y salsa en su jugo; la canción esta vez tampoco decepcionó y Luis nos regaló “la Macarena”, cosa que no me sorprendió en absoluto, no me esperaba menos de él. Lo peor fue que él se levantó y se puso a bailarla, y le siguieron los trescientos invitados, la única que se quedó sentada fue mi madre, así que no me quedó más remedio que levantarme y sonreír y hacer los pasitos de la famosa canción. Muchos de vosotros que estáis leyendo esto pensareis que soy una amargada y tenéis razón, soy una amargada, pero es que de todas las bodas que había soñado esta era la que menos se parecía.

Cortamos la tarta sin mayor historia gracias a dios y llegaron los discursos, habíamos elegido, con buen criterio vistos los acontecimientos, que los discursos no los dieran los padrinos, y menos mal porque nos habíamos quedado sin madrina y el padrino, o sea, mi padre, llevaba ya una cogorza de cuidado. Los discursos habían sido adjudicados a mi mejor amiga y dama de honor, Laura, y a Andres, el mejor amigo de mi marido. Comenzó Andres al que acercaron un micrófono a su mesa y empezó a hablar:

«No os preocupéis que seré breve. Bueno Luis, pues ya te hemos casado y es sorprendente porque yo jamás pensé que hubiera una sola mujer en el mundo que te pudiera aguantar, pero parece ser que Isabel te ha cogido el punto y eso tiene mucho mérito, aunque hoy me he dado cuenta de que todavía no ha conseguido limar tus gustos musicales, ahí tienes tarea Isabel»

Todo el mundo se rio, incluido Luis, yo no le veía la más mínima gracia al tema. Andrés siguió:

«Estoy muy contento, de verdad, eres un cabroncete y siempre me has levantado a todas mis novias y por fin alguien te ha echado el lazo, así que mi vida amorosa en el futuro será más tranquila. Isabel, por favor, aguántale muchos años. Levantó mi copa por vuestra felicidad»

Todo el mundo brindó, nosotros también, Luis y Andres se dieron un abrazo, mi marido estaba tan contento con el discurso. Cuando me besó a mí, me susurro al oído: “Suerte, la vas a necesitar”. Con amigos así, para que necesitaba uno enemigos.

Le llegó el turno a Laura (miedo me daba):

«Isabel y yo, todos los sabéis, somos amigas desde le colegio… ¿cuántas veces nos expulsaron de clase? …, no me acuerdo, miles, éramos lo peor de lo peor. Luego fuimos creciendo, y nos fuimos aguantando y mantuvimos la amistad, a pesar del carácter de las dos, que vaya tela, afortunadamente no hicimos la carrera juntas porque estoy segura de que nos hubieran echado también… y aquí estamos. Nunca pensé que la vería casada, y menos con un imbécil como Luis, yo siempre me opuse a esta boda…»

Hubo un murmullo en el salón.

«… sí, sí, Luis, ya sé que te caigo mal, tú a mí también, que le vamos a hacer. En fin, ya os habéis casado y no hay vuelta atrás, me tendré que acostumbrar. Isabelita te quiero, espero que seas muy feliz y que yo esté equivocada. Brindo por vosotros»

Hubo unos tímidos aplausos. Laura se acercó a nosotros y le dio un gélido beso a Luis, después se acercó a mi y me dio un abrazo y dos besos. Le susurré al oído.

—Joder tía, ya podías haber sido un poco más amable.

—Te dije que no me dieras el discursito.

—¿Y a quién se lo doy, entonces?

—No lo sé, te dije que no te casaras con este cantamañanas y no me hiciste caso, y luego vas y me pides que haga el discurso, qué imaginabas, ya me conoces…

Luis se me acercó con cara de mala leche.

—Tu querida amiga es una gilipollas.

—Sin embargo, Andres, tu querido amigo, es encantador —le dije y me fui a ver a mi madre.

Bueno, pensé, otro tramite pasado, ya va quedando menos boda (vaya espíritu ¡dios mío!)

Me acerqué a ver como estaba mi madre. Parecía que se había recuperado un poco.

—¿Qué tal estás? —le pregunté.

—Un poco mejor.

—No hagas caso a esas tonterías —le dije para animarla—, seguro que no es nada, ya verás. Ya conoces a Carlos, es muy infantil.

—No sé hija, no sé —dijo.

A mis espaldas empecé a escuchar como los invitados empezaban a gritar algo. ¡¡el ramo!!¡¡el ramo!!, decían…

Tocaba el ramo, cogí el bouquet de rosas rosas (valga la redundancia) y me dirigí a la pista de baile, todas las chicas solteras estaban ya allí esperándome, acabemos con esto lo antes posible. Me fijé dónde estaba Laura, escondida al fondo, estaba claro que no quería que el ramo aterrizara en sus manos, odiaba el compromiso, pero pensé…, a ver si acierto y la fastidio la noche, así que me di la vuelta, calculé la trayectoria y lo tiré hacía atrás con todas mis fuerzas, demasiadas quizás…, el ramo empezó a volar y aterrizó en las manos de Tobías, el amigo de mi hermano, que estaba sentado junto a él al otro lado de la pista. Tobías se puso tan contento y empezó a saltar de alegría con el ramo, mi hermano lo miraba divertido. Después se abrazaron y se dieron un beso… Otro murmullo general, la boda de los murmullos, pensé.

Instintivamente miré hacía nuestra mesa, mi madre yacía nuevamente en el suelo, segundo soponcio, mi padre le acaba de tirar su copa de vino a la cara para despertarla, íbamos mejorando. Me acerqué corriendo. Busqué a mi tía Pilar entre la gente, había que llévasela a casa. Finalmente la vi, estaba con mi suegro tomando una copa en su mesa.

—Tía, mamá se ha vuelto a desmayar —le dije—, me puedes echar una mano. Te la puedes llevar a casa… y a papá también.

—No —me dijo.

—¿Y eso?

—Pues porque estoy con Rafael no lo ves…

Tenían las manos cogidas debajo de la mesa, miré a mi suegro con cara de que pasa aquí, y él me miró encogiendo los hombros.

—Nos queremos —me dijo.

—En cuanto se divorcie, nos casamos —dijo mi tía Pilar.

No dije nada más, dicen que de una boda sale otra boda, pues teníamos ese hito cumplido, me di la vuelta y me alejé de allí… Al final, el maître encontró un diván en una estancia de la casa dónde dejamos tumbada a mi madre, una camarera se ofreció a vigilarla. Volví al salón, Luis me estaba esperando.

—¿Tu hermano es gay? —me preguntó.

—Eso parece —le contesté.

—¿Tú lo sabías? —me preguntó.

—¿Y tú? —le contesté cabreada.

—No sé si estoy preparado para un cuñado de la otra acera.

—Al final va a tener razón Laura, eres un gilipollas —le dije.

Se nos volvió a acercar el maître, teníamos que abrir el baile…

4

El baile de los novios, pensé, tal y como había evolucionado la noche cualquier cosa podía pasar, habíamos ensayado el típico vals de perfil bajo, no estaba yo para exhibiciones, creo que era el famoso del Lago de los Cisnes de Tchaikovski, miré a mi derecha, pero Luis había desaparecido, mi cuerpo se puso en estado de alarma, me temí lo peor, a ver cuál era la siguiente sorpresita…, de repente se apagaron todas las luces y empezó a sonar la música de Y.M.C.A de los Village People, una luz enfocó el centro de la pista y apareció Luis disfrazado de vaquero con el pecho al aire y sombrero de cowboy, las luces de colores se fueron encendiendo y detrás de él había otros cuatro, también disfrazados como el famoso grupo, y empezaron a bailar haciendo unos pasitos horteras sincronizados (o casi…)…, me fijé un poco mejor y ¡sorpresa! Los otros eran mi hermano y Tobías, su presunto novio, que era el policía cachas, de cuero de arriba abajo y enseñando los pelos del pecho, que no eran pocos, mi hermano, que era el indio, y el tercero era Andres, el amigo de Luis, que iba de obrero con su casco de color rojo, finalmente reconocí al último (¡era mi padre!) que iba de soldado con todo su flácido torso al aire y que con la trompa que llevaba era incapaz de mantener la verticalidad. ¡Menudo espectáculo! ¡Si aún supieran bailar!, pero la gente rodeaba la pista tan divertida, daba palmas y se reía de la gracia del bailecito. Luis sonreía y me miraba orgulloso de lo que estaba haciendo mientras bailaba.

Todo pasó muy rápido y yo, la verdad, no pude evitarlo, de repente apareció mi madre en la pista, sospechosamente recuperada, y se lio a bolsazos con Tobías mientras lo llamaba de todo: «¡pervertido!, ¡depravado!, ¡vicioso!, ¡crápula!,¡degenerado!, ¡lascivo!, ¡libidinoso!», creo que no le quedó ningún sinónimo por aplicar excepto los propios de su condición sexual, mientras le atizaba fuerte con el bolso, el pobre trató de taparse con las manos, pero el ataque fue brutal, mi hermano y mi marido consiguieron por fin separarlos. Mientras tanto la música continuaba y me padre seguía a lo suyo, bailando a su bola ajeno a todo el follón, el último bolsazo fue para él, en toda la cara, KO instantáneo. Mi madre cogió el camino de vuelta y se volvió a tumbar en el diván en el que yo la había dejado. Tobías lloraba desconsoladamente sangrando por la nariz y la boca como un cerdo, mi hermano lo consolaba. Me acerqué a mi padre a ver que tal estaba, había perdido el conocimiento, le tuvimos que llevar a otro diván que estaba al lado del de mi madre. En vez de mesas tendría que haber contratado camas, pensé. Cogí el bolso de mi madre, pesaba un quintal, lo abrí, había metido dentro una piedra redonda enorme, de las que había en un jardín japones fuera del restaurante, vaya con la desmayada, todo cuento.

—¿Ya estás contenta? —le pregunté.

—Sí, muy contenta —dijo—. No hay derecho a que me haga esto…

La dejé con la palabra en la boca, no la quise escuchar más. Volví al salón.

Luis vino hacía mí.

—Quería que fuera una sorpresa —me dijo.

—Pues lo conseguiste… siempre lo consigues ¿Y mi hermano? —pregunté.

—Creo que se ha ido, me da la sensación de que ese chico tenía rota la nariz, sangraba como un cerdo —comentó Luis.

—Qué bonito —dije—, a ver si somos capaces de acabar la noche sin más bajas, aunque, francamente, lo dudo.

Se nos volvió a acercar el pobre maître, ya tenía cara de pena (seguro que estaba pensando que el restaurante no salía vivo de esa boda)

—¿Van a hacer el primer baile? —preguntó con miedo.

—¡¡No!! —contestamos los dos al mismo tiempo.

Mira, pensé, por fin pensamos lo mismo de algo.

—¿Empezamos entonces la barra libre y la música con la banda? —preguntó.

—Sí, por favor, que se emborrachen, a ver si se les olvida esto…

Se abrió el bar y la banda empezó a tocar, enseguida se llenó la pista, la gente tenía ganas de juerga y los problemas eran de los demás.

—Si me disculpas—dije a Luis—, necesito tomar el aire.

—De acuerdo, yo necesito una copa —dijo, y se fue directo a la barra.

Antes de salir entré en el baño, me metí en una cabina y me senté en la taza del váter, estaba agotada y tenía que tranquilizarme, encendí un cigarro, estaba prohibido pero me daba igual, estaba deseando que se acabara la maldita boda…, estuve un largo rato así, escuchaba al fondo la música de la banda que tocaban “Voy a pasármelo bien” de los Hombre G, fenomenal, pensé, me lo estoy pasando fenomenal. Yo también necesitaba una copa, más de una.

En eso se abrió la puerta del baño y entró alguien, apagué el cigarro, eran dos mujeres, iban comentando algo. Abrí mis oídos…

«Me dejas tu pintalabios» —dijo la una.

«Sí, toma» —dijo la otra— «¿Tienes colorete?»

«Sí, toma…sabes, me da pena la pobre novia»—dijo la una.

«A mí también» —dijo la otra.

«Ella casándose y el cabrón de Luis tirándose a su secretaria» —dijo la una.

«Ya te digo, y la querida de invitada y se ha traído al cornudo de su marido que está también en la inopia» —dijo la otra.

«Vaya tela de boda» —dijo la una.

«Ya te digo, una película de los Monty Python no le llegaría ni a la suela de los zapatos» —dijo la otra.

En eso abrí de golpe la puerta del baño, salí y me acerqué al espejo, justo a su lado.

—Hola —dije sonriendo, mientras intentaba colocarme el peinado que estaba hecho un desastre.

—Hola —me dijeron las dos, no sabían dónde meterse, se habían puesto más coloradas que un tomate.

—¡Qué desastre de pelos! —dije intentando arreglar mi desvencijado moño, aquello no tenía ya solución— ¿Nos conocemos? —dije mirándolas, estaba muy tranquila.

—Creo que no —dijo la que estaba más cerca de mí—, somos compañeras de trabajo de Luis.

—Ah, vale. Soy Isabel —dije.

—Sí, lo sabemos. Yo soy Sandra y ella es Marina, trabajamos también en ventas con tu marido.

—Encantada —dije— ¿Lo estáis pasando bien?

—Sí, muy bien —dijeron las dos al unísono.

—Me alegro —dije mientras seguía intentando colocarme el peinado—. Adiós.

—Adiós, encantadas —me dijeron las dos, estaban muy cortadas las pobres.

Salí andando hacía la puerta, justo antes de llegar me paré y me di la vuelta.

—Una pregunta —dije mirándome al espejo.

—¿Sí? —dijo Sandra que parecía la más lanzada de las dos.

—¿Vosotras que haríais? —pregunté tocándome nuevamente el moño y mirándome al espejo.

—Yo… —dijo Sandra—…, yo…, yo le mandaba a tomar por culo…

Me quedé mirándola.

—Me refería al peinado —dije sin más, abriendo la puerta y saliendo del baño.

Imbéciles, pensé.

Me dirigí directamente al bar y me pedí un vodka doble con hielo, me lo bebí de un trago. La banda tocaba una de las de Juan Luis Guerra y mi maridito bailaba en el centro de la pista con su secretaria sonriendo los dos, me fijé y su pobre marido los miraba desde el otro lado de la pista con cara de pena, me acerqué a él con una segunda copa que me acababan de poner.

—Hola —le dije—, soy Isabel.

—Hola —me devolvió el saludo muy cortado.

Lo mire bien, era alto y muy atractivo.

—Eres el marido de Luisa, la secretaria de Luis ¿no?

—Sí —dijo él.

—Se lo están pasando bien —dije.

—Eso parece —dijo él.

—¿Lo sabes? —le pregunté.

—Sí… —dijo él.

—¿Desde cuándo?

—Un par de meses —me dijo—, aunque no estaba seguro del todo.

—Yo me acabo de enterar…, de casualidad.

—Vaya, lo siento —me dijo él mirándome.

Me acabé la copa de un trago.

—No lo sientas y dame un beso —le dije.

—¿Un beso? —preguntó.

—Sí, un beso.

Él sonrió, me cogió de la cintura y comenzó a besarme, el mundo, Juan Luis Guerra, mis padres, mi hermano, el ruido, la gente, mi marido, su amante, todo desapareció de repente, definitivamente fue un buen beso… y largo.

Cómo decía Woody Allen: «Algunos matrimonios acaban bien, otros duran toda la vida», el mío, afortunadamente, acabó bien.

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